lunes, 31 de julio de 2017

Zenda (Un mar de historias) DONDE DA LA VUELTA EL MAR



Donde da la vuelta el mar


     He releído grandes obras de Hemingway, London o Melville buscando la inspiración para hablar del mar, para contar historias de sirenas varadas o de robinsones modernos. Tal vez sea insuficiente la experiencia del turista que veranea en la costa para relatar su esencia. Porque comer en un chiringuito de playa con vistas no nos hace lobos de mar ni nada que se le parezca. Al igual que no puede hablar de la mina o del campo el urbanita que duerme una noche en un pozo minero rehabilitado o intenta aprender a recoger aceituna en una visita guiada de agroturismo.

     No puedo contar historias de naufragios o batallas navales sin haber vivido como un pescador o un marino, sin haber compartido con ellos, no ya el bocadillo y la cerveza con unas fotografías de recuerdo, sino los días y las noches de temporal, el sol y la lluvia en medio del océano, alejados de cualquier presencia humana a kilómetros de la costa, sin socorristas que velen por ellos.


     He buscado en mi memoria y aún recuerdo con detalle amaneciendo, desde la ventanilla del tren de segunda clase que nos llevaba a la vendimia, la contemplación de retazos plateados pasajeros que se dejaban entrever asomando entre las casas blancas de algún pueblecito pesquero de la costa Brava, las palmeras incendiadas por el sol y el débil centelleo del agua en calma, como una postal para turistas.


     El mar, el que se escribe con tres letras, es para el visitante ocasional que no traspasa la línea de balizas amarillas para el baño. Más allá de esos doscientos metros es donde comienza, donde da la vuelta el verdadero, el que no se describe ni con toda una vida por delante.


     Como dijo el poeta, “El mar. La mar…” Con la humildad que me transmite mi hamaca bajo la sombrilla, me quedo con la mar, esperando que la brisa o una ola deje una gota de inspiración.



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