miércoles, 17 de enero de 2018

Microcuentos 1


Villa  San  Luis
¿Bucear en el lago que había al lado de la casa?, ni loco, sería lo último que hiciera. Ni se te ocurra bañarte en la laguna, le advertía su madre cada vez que salía en bicicleta con los amigos. En el pueblo existían antiguas leyendas de fusilados y desaparecidos. El paraje ejercía una irresistible atracción para los chavales que no dudaban en zambullirse en calzoncillos en el verdor de sus aguas. Él prefería rodear las ruinas de la vieja casa para sentarse a la sombra de la encina, extrañamente frondosa durante todo el año, y contemplar el muro trasero picoteado de pequeños orificios, imaginando. . .
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El loco del pozo
Bucear en el lago que había al lado de la casa que había en el valle que había en tu ombligo, bucear sin querer salir a respirar, abrazado por tus cálidas piernas de agua y algas, y al final salir para volver al fondo, hasta morir…
La niña María temblaba bajo su vestido, rodeaba fuerte mi cuello con sus bracitos blancos, asomándonos al brocal para buscar la luna que había dentro. Aún la escucho por las noches llamándome ¡Papá, Papá!
Llega la enfermera con la medicación, es hora de acostarse. Me llamo Fernando, aunque desde niño me llaman el loco del pozo. 

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martes, 2 de enero de 2018

En blanco y negro


Comenzaban las fiestas haciendo cadenas de papel que unían con una mezcla de harina y agua, y que luego colgaban en las paredes del salón uniendo la fotografía de boda de sus padres con el retrato de los abuelos. Una maceta grande hacía de árbol de Navidad en el que enganchaban los restos de guirnaldas deshilachadas que habían sobrevivido milagrosamente al paso de los años, y lo coronaban con una estrella de cartón forrada con papel de aluminio. Sobre el mueble bar intentaban montar un pequeño nacimiento con algunas figurillas despistadas e insuficientes.
Aquellos días el hogar olía a los roscos de sartén que como cada año se elaboraban según la receta familiar manuscrita en un trozo de papel de estraza manchado de aceite; harina, huevos, un chorrillo de anís, ralladura de un limón, sobrecillos El Tigre… De fondo se escuchaban las estridencias del molinillo triturando azúcar.
Las noches más señaladas las pasaban en la mesa camilla, alrededor del brasero de ascuas y de una gran bandeja de dulces. Veían la programación especial que daban por televisión frente al viejo Telefunken en blanco y negro, o escuchaban en el radiocasete los Campanilleros  y otros villancicos de Juanito Valderrama en liza con Dolores Abril.
Si amanecía buen día salían temprano con la mula rumbo al olivar de la solana, vadeando el arroyo de Sabiote por el viejo puentecillo de piedra, siempre tapizado de hojas muertas que caían de los álamos que lo flanqueaban.
Y unos días antes de la vuelta al colegio, los Reyes Magos, a lomos de un tractor, volvían a sembrar de caramelos las calles del pueblo. Él no pedía regalos, empresa imposible, tan sólo deseaba una noche de lluvia, acostarse escuchando las canales y dormir plácidamente arrebujado bajo las sábanas frías con la tranquilidad de que al día siguiente no tendría que madrugar.

FIN