martes, 2 de enero de 2018

En blanco y negro


Comenzaban las fiestas haciendo cadenas de papel que unían con una mezcla de harina y agua, y que luego colgaban en las paredes del salón uniendo la fotografía de boda de sus padres con el retrato de los abuelos. Una maceta grande hacía de árbol de Navidad en el que enganchaban los restos de guirnaldas deshilachadas que habían sobrevivido milagrosamente al paso de los años, y lo coronaban con una estrella de cartón forrada con papel de aluminio. Sobre el mueble bar intentaban montar un pequeño nacimiento con algunas figurillas despistadas e insuficientes.
Aquellos días el hogar olía a los roscos de sartén que como cada año se elaboraban según la receta familiar manuscrita en un trozo de papel de estraza manchado de aceite; harina, huevos, un chorrillo de anís, ralladura de un limón, sobrecillos El Tigre… De fondo se escuchaban las estridencias del molinillo triturando azúcar.
Las noches más señaladas las pasaban en la mesa camilla, alrededor del brasero de ascuas y de una gran bandeja de dulces. Veían la programación especial que daban por televisión frente al viejo Telefunken en blanco y negro, o escuchaban en el radiocasete los Campanilleros  y otros villancicos de Juanito Valderrama en liza con Dolores Abril.
Si amanecía buen día salían temprano con la mula rumbo al olivar de la solana, vadeando el arroyo de Sabiote por el viejo puentecillo de piedra, siempre tapizado de hojas muertas que caían de los álamos que lo flanqueaban.
Y unos días antes de la vuelta al colegio, los Reyes Magos, a lomos de un tractor, volvían a sembrar de caramelos las calles del pueblo. Él no pedía regalos, empresa imposible, tan sólo deseaba una noche de lluvia, acostarse escuchando las canales y dormir plácidamente arrebujado bajo las sábanas frías con la tranquilidad de que al día siguiente no tendría que madrugar.

FIN

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